Brian Ferry (Roxy Music) visitó al museo del Prado para comprobar si el papel pintado a la derecha y abajo estaba realmente pintado o lo habían pegado. Así de gilipollas son los músicos de rock, enchidos de ego y caprichosos hasta la exageración. La cantante de Cranberries pidió en un asador madrileño ostras, pero se equivocaron y le pusieron navajas. Ni se enteró. El líder de Waterboys puso en jaque a su discográfica en Madrid porque olía lejía, barniz y todo tipo de olores en los halls de los hoteles donde le iban a alojar. No fue hasta el sexto hotel hasta que el niño Scott consintió en que le albergaran, eso sí, de cinco estrellitas. Todos conocemos de sus caprichos, pero a veces rizan el absurdo, porque suelen ser incultos, pero jamás dudan. Si quieren algo, lo quieren ya, y van de listos. Son capaces de dejar tiradas 30.000 personas en un estadio porque no les han dejado doscientas toallas blancas como figura en el contrato.
Algunos presumen de su vegetarianismo en público, pero en privado se hinchan a sardinas, como el líder de Rem. Lo paradógico de sus vidas es que cuando empiezan tienen un círculo reducido de fans que en cuento ven que su grupo preferido es la banda del año y que lo escucha todo Dios, entonces dejan de ser sus seguidores. Y ese tipo de seguidores son los que compran cada uno de sus discos, camisetas y merchandising. La masa en cambio se baja sus discos de internet y a la primera de cambio se pasan al nuevo grupo del año.
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