Asi de contundente ha sido Diego A. Manrique en "Rolling Stone", edición española, donde su hijo relata su viaje a Liverpool. Francamente, adoro a Neil Young, pero su último disco parece una broma de mal gusto. Versiones de viejísimos temas, alguno de ellos tan manidos como el "Oh Susanna", que no merecería la pena interpretarlo porque nos los sabemos de memoria, pero encima alargarlos a 8 minutos en algún caso ya me parece un pasote. No es que parezca grabado en directo, es que lo han grabado con tal pasotismo que preferiría que fuera una grabación de un concierto. Sí, la guitarra suena con mucha caña, igual que el disco distorsionado de Pat Metheny que grabó enojado con su discográfica y que no hay ser humano capaz de escucharlo por completo. No es que queramos un poco más de falsete tipo Bee Gees, es que los coros se hicieron con unas birras de más. Desde que Young casi la palma no para de hacer cosas extrañas para sorprender a su millón de fans incondicionales. No es mi caso, ya que me quedé en "Old Man", la canción dedicada a su granjero escojonado porque un pintas como él se hubiera comprado cientos de acres. Me da que su creatividad está totalmente acabada, como la de tantas otras viejas glorias (Jimmy Page) y mejor será escuchar sus viejos discos y pasar página.
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